EL SIMULACRO
En uno de los días de
julio de 1952, el enlutado apareció en aquel pueblito del Chaco. Era alto,
flaco, aindiado, con una cara inexpresiva de opa o de máscara; la gente lo trataba
con deferencia, no por él sino por el que representaba o ya era. Eligió un
rancho cerca del río; con la ayuda de unas vecinas, armó una tabla sobre dos
caballetes y encima una caja de cartón con una muñeca de pelo rubio. Además,
encendieron cuatro velas en candeleros altos y pusieron flores alrededor. La
gente no tardó en acudir. Viejas desesperadas, chicos atónitos, peones que se
quitaban con respeto el casco de corcho, desfilaban ante la caja y repetían: Mi
sentido pésame, General. Este, muy compungido, los recibía junto a la cabecera,
las manos cruzadas sobre el vientre, como mujer encinta. Alargaba la derecha
para estrechar la mano que le tendían y contestaba con entereza y resignación:
Era el destino. Se ha hecho todo lo humanamente posible. Una alcancía de lata
recibía la cuota de dos pesos y a muchos no les bastó venir una sola vez.
¿Qué suerte de hombre (me pregunto) ideó y ejecutó esa fúnebre farsa? ¿Un fanático, un triste, un alucinado o un impostor y un cínico? ¿Creía ser Perón al representar su doliente papel de viudo macabro? La historia es increíble pero ocurrió y acaso no una vez sino muchas, con distintos actores y con diferencias locales. En ella está la cifra perfecta de una época irreal y es como el reflejo de un sueño o como aquel drama en el drama, que se ve en Hamlet. El enlutado no era Perón y la muñeca rubia no era la mujer Eva Duarte, pero tampoco Perón era Perón ni Eva era Eva sino desconocidos o anónimos (cuyo nombre secreto y cuyo rostro verdadero ignoramos) que figuraron, para el crédulo amor de los arrabales, una crasa mitología.
J.L.B.
No comments:
Post a Comment